Por Angélica Meza
Nació
en una familia disfuncional, pobre, con poca empatía y nulos elementos
emocionales. Sufrió desde pequeña, se acostumbró a sufrir y a la recompensa del
“pobrecita” como muestras de cariño y solidaridad. Sus carencias efectivas la
hacen creer ver amor en donde no lo hay y no tiene idea de lo que significa
amarse a sí misma.
Pese
a que creció entre la monotonía de los golpes y los malos tratos, encontró en
la fe ciega un oasis de paz, así, se adhirió a creer en las soluciones mágicas
y por eso nunca ha dejado de ser una niña.
A
los 19 años huyó y sin darse cuenta se convirtió en esposa y madre. Su vida
mejoró, pero ella estaba acostumbrada al conflicto, a la adrenalina de las
pérdidas y los arrebatos, a las peleas callejeras, a romper platos. Educó a sus
hijos en esa violencia, con esa adrenalina y una total ambivalencia amorosa.
Saberse
madre le dio paz, pero fue una paz efímera. Al crecer sus hijos se vio de nuevo
sola, y nunca hizo la paz consigo misma, por eso necesita el ruido, la música,
el alcohol, la gente que finge amor y pastillas, muchas pastillas. Pastillas
para los dolores, pastillas para dormir, pastillas para la paz, pastillas para
el amor, pastillas para el vacío de no sentirse amada, pastillas que la
iluminen y hagan grande para demandar atención, mucha atención.
Ella
es una niña que necesita atención las 24 horas del día, es un eterno vació que
sólo sabe pedir más y más. No importará la excusa, ella siempre quiere más,
quiere tanto que se volvió egoísta. No mira a nadie, no entiende a nadie, ella
sólo sabe que ella necesita amor, mucho amor y muchas pastillas.
Como
nadie es capaz de darle el amor que necesita, todos somos culpables, todos
somos ojetes, todos somos malos y merecemos sufrir, merecemos que todos se
enteren que somos malos y ojetes. Y por eso desea hacer de su muerte una gran
fiesta, una con pastillas y Ministerios Públicos, una donde a todos nos llamen
a declarar para que todos entiendan porque sufre tanto, porque lo intenta
tantas veces.
Yo
no tengo la respuesta, yo ya no la quiero detener, yo ya quiero que se vaya a
donde crea estará mejor, en donde la logren entender. Acepto ser una mala hija,
acepto ser ojete, pero ya no quiero la adrenalina del hospital y las urgencias,
ya no quiero visitarla mientras la amarran para que no se haga daño, ya no
quiero.
No
puedo atenderla las 24 horas del día porque tengo que atenderme a mí y a mi
hija, trabajar, hacer cosas y el amor que le he ofrecido para ella siempre ha
sido insuficiente. Ella dice que soy una gran decepción, ella hubiera deseado
tener otra hija, me ha buscado muchos remplazos, pero ninguno de mis remplazos
está aquí, frente a ella y su monitor que nos dice que su corazón todavía
funciona.
¿De
verdad funciona su corazón? Creo que su madre le rompió el corazón y por eso,
ella rompe el mío. Creo que toda su vida sólo han sido muchos días perdidos.
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