
En algún momento de la historia, habló desde su
eminente ignorancia y con la vehemencia del delirio, para aceptar la cobardía
con la que se resignaba a la mediocridad, a lo estrictamente esencial que no
alcanzaba para sentir o pensar. Bajo un entarimado donde se sentía el salvador,
aunque ya del todo agotado, estuviera subyugado y esclavizado sin ser la puerta
de salida.
Tocar las fibras sensibles empezó a ser molesto,
mis modos hirientes y su fuerza de voluntad frustrante. Ante mi irreprimible
tendencia de decir lo que pienso, dejamos de hablar.
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