
En
medio de una conversación sin sentido, clavé mis ojos encolerizados al techo
como una manera punzante de herirlo, pero él continuó sentado en el sofá,
leyendo el periódico en aparente calma con un rostro inexpresivo, y aunque me
sentí torpe con su indiferencia, vi más allá de su cobardía y no me sorprendí
del todo.
Ahora era un ser tan repelente. Ya no era un niño de brazos como para
explicarle que era lo correcto. Así que entre sollozos controlados me fui a la
cocina, cansada de ser condescendiente con sus malas excusas. Había pasado por
alto su comportamiento grosero por creer que sólo fui una víctima
circunstancial, que nunca tuvo la intención de dañarme, pero hoy se acabó su
buena suerte. No nació para estar en paz consigo mismo. Ver su rostro severo al
juzgarme me enfurece, quise recordar la última vez que me sentí feliz a su lado
y no pude.
Por
lo que creo que sólo tengo un perro al que le doy de comer, así que cuando
mezcle la sopa con un nuevo ingrediente comencé a sentirme ligera, y con cada
cucharada que comió: libre. Siempre estuvo rodeado de situaciones convenientes,
fue como un dolor menstrual: imperceptible, tolerable y persistente, que
terminó frente a mis ojos. Estiré la mano para alcanzar la suya, le cerré los
ojos. Después de morir, lo abracé y como consuelo le dije al oído:
-Amor,
ya puedes descansar en los brazos de mamá.
Comentarios
Muy buenas frases, muy buen relato
Besos