
Tenía 8 años cuando comencé a escribir. Cogí el
cuaderno de mi compañera de banca y escribí “PUTO EL QUE LO LEA”; lo escondí
dentro de sus útiles para después delatar con el profesor el florido lenguaje
de ella: Camila. Harta de sus burlas fue mi forma de ponerle fin, y aunque
lloró incesantemente nadie la libró de un reporte. Camila me amenazó de muerte
pero yo le enfaticé mi descaro: “Soy mas lista que tú, no pierdas el tiempo,
eres una boba.”
La riña continuó unos días después, pero nadie
como yo para el drama, así que ante las múltiples acusaciones, resbalé sobre
mis mejillas lágrimas y recordé el indicio del mal comportamiento de Camila;
esa era su suerte: ser la grosera y mentirosa del salón.
En quinto grado me enamoré de su primo, quien
ingresó al colegio por un cambio de casa. Paco era un niño pelirrojo y
bravucón, travieso y muy guapo; cuando Camila intuyó mis intenciones quiso
prevenirlo pero nadie como yo para coquetear. Paco y yo fuimos novios casi tres
semanas, nos animo el poder compartir secretos, yo le confesé ser la mente
criminal de todas las fechorías imputadas a su prima; él ser la causa de que
sus padres se divorciaran. Cargados de culpa nos dimos nuestro primer beso.
Paco resultó tener una mente más perversa que la
mía, ideó dejar huella de su coraje y juntos pintamos en la puerta de la
dirección: PUTO EL QUE LO LEA, como sello de su prima. Camila había ido
demasiado lejos, se fue suspendida por dos semanas. A Paco le dio miedo
compartir y se interesó más por el béisbol, yo fingí poca importancia y me hice
novia de su amigo Juan. Aprendí, quién quiere ser culpable vive al límite sus
culpas y quién quiere escribir, aunque sea en la puerta de la dirección es un
buen inicio.
Comentarios
Saludos
un fuerte abrazo