Seguí escribiendo, ésa sed añeja endurecida por
la prisa se volvió diurética, y pronto, retraté a través de grietas una
aventura con acentos fantasmas. Los límites jurisdiccionales del pudor
desaparecieron de mis manos, y a través del teclado, formaron un discurso
poético con una métrica de secuencia lenta. Elementos sonoros hacia un ritmo
pesado, como si diera tiempo para sentir la génesis de intentos y fracasos que
sólo admitían una narración posible, la del pretérito imperfecto sin comas ni
punto final y llena de erratas.
En una usurpación abusiva de malgaste de tiempo,
volví atrás y todos los escombros en los pies se volvieron caligrafía para
ciegos, donde con o sin comillas, mis días parecieron desdibujados en la
irrelevancia, mientras una historia sepultada en un baldío, poco a poco se
convirtió en una fiesta involuntaria.
Texto que se deslizó, profanó y hermanó con el
descare, y por más deprimentes que fueran los escenarios, la indagación a
manojos hizo natural e irreprochable colocarlos cerca de mis dedos, para
hojearlos al antojo tarde a tarde como consuelo y acariciarte.
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